La Inquietante Ciencia que se Practicaba en la Época Victoriana

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Cuando hablamos de la época victoriana pensamos rápidamente en carruajes tirados por caballos, gente vestidos con trajes y sombreros de copa, grandes casas de gran elegancia y por otro lado la miseria de los barrios menos afortunados. Si nos centramos más en la ciencia que se hacía en esos tiempos,  posiblemente pensemos en científicos y médicos con corbata usando un microscopio antiguo. Lo que la gran mayoría no sabe son los extraños y ridículos experimentos que se hicieron en esos tiempos en nombre de la ciencia. Os dejamos con unos cuantos.

Llevar un globo de aire caliente al espacio

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Si todo hubiera salido bien en un experimento en la era victoriana, la conquista del espacio se hubiera conseguido mucho antes que los soviéticos. Esto fue porque en 1862 un científico llamado James Glaisher pensó que enviar un globo de aire caliente  mucho más allá de la atmósfera terrestre. Este proyecto interesó a muchos y el mismo gobierno británico financió el experimento. El lanzamiento del globo se hizo en Wolverhampton en el mes de septiembre, pero hubo problemas desde el principio.

En el globo iban dos hombres, que eran el propio Glaisher y su colaborador Henry Coxwell. También llevaron animales con ellos para comprobar su comportamiento. Cuando el globo estaba a unos ocho kilómetros de altura la temperatura cayó a menos veinte grados y los animales que había llevado Glaisher murieron. Cuando el globo llegó al kilómetro y medio de altura ambos tripulantes apenas podían moverse, pero seguían conscientes. Sin embargo, cuando llegaron a los once kilómetros de altura los dos hombres se desmayaron.

Por suerte, Coxwell pudo tirar de la cuerda para descender antes de desmayarse. Lo hizo con los dientes y esto les salvó la vida. El globo empezó a bajar a niveles más seguros. Aun así, esta experiencia que pudo costarles la vida no desanimó a Glaisher ya que hizo muchos más intentos aunque nunca pudo lograr llegar al espacio.

Entrevistas mediante telepatía

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Un peculiar editor de un periódico local llamado W.T. Stead, no reparaba en maneras de comunicar a la gente entre ella. Cuando se trataba buscar nuevas maneras, incluso recurría a sistemas poco ortodoxos como hablar con la mente. Hay que decir que en la época victoriana las habilidades psíquicas estaban de moda y mucha gente experimentaba con ello. Por este motivo, parecía viable poder contactar con otras personas mentalmente. Lo que quiso hacer este editor fue usar la telepatía para mandar mensajes a su secretario, redactar documentos a sus colaboradores mientras estaba fuera de la ciudad y entrevistar gente solo con su mente.

Como nos podemos imaginar, los experimentos para hacer todo esto no tuvieron éxito. Sin embargo, Stead tuvo su momento de gloria unos años más tarde. Este editor fue una de las víctimas del hundimiento del Titanic. Uno de sus periodistas dijo que Stead les había contado telepáticamente lo que estaba pasando en el barco en tiempo real. Según el periodista, el editor le estuvo mensajes telepáticos mientras pudo antes de morir.

Enseñar a perros a leer

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En la época victoriana había muchos científicos de renombre que eran también muy peculiares. Uno de ellos era John Lubbock el cual era considerado de los mejores en Inglaterra. Para hacernos una idea, una de las cosas que hizo fue introducir el uso de la electricidad en las calles de Inglaterra, gracias a las investigaciones de Edison. También se dedicó a otros experimentos más extravagantes, como por ejemplo intentar enseñar a leer a su perro. Este científico estaba convencido que se podía enseñar a los perros a entender el inglés.

Muchos pueden pensar que existen palabras inglesas para dar órdenes a los perros y si las entienden. Es cierto, pero lo que Lubbock quería era que entendieran frases completas. Lo que hacía era escribir largas frases en una pizarra frente a su perro e intentaba que las comprendiera. Aun con los continuados fracasos, siguió insistiendo que con tiempo se podría enseñar a los perros a leer el idioma inglés. Después de él, nadie continuó con los experimentos.

Este peculiar científico también tuvo otra idea de lo más absurda, y fue tener avispas como mascotas. Pensaba que podía entrenar avispas para que fueran animales de compañía. Su sistema era entrenarlas como perros, dándolas de comer con la mano, acariciarlas, pasearlas por la calle y hacer que le defendieran. Como se puede esperar, no salió bien. Lubbock recibió un buen número de picaduras, lo cual no conseguía entender.

Comunicarse con el planeta Marte

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Este experimento fue definitivamente una locura que duró mucho tiempo. El tema de comunicarse con Marte vino realmente de un error de traducción del italiano al inglés. Un astrónomo italiano llamado Giovanni Schiaparelli anuncio que había descubierto que había canales en Marte refiriéndose a surcos en la superficie. Sin embargo, en Inglaterra interpretaron la palabra “canales” con medios de comunicación. Esto hizo que se desataran muchos intentos por comunicarse con el planeta rojo.

Uno de los intentos más notorios llegó en 1892 cuando una rica mujer francesa puso una gran cantidad de dinero para instalar una enrome estructura de gigantescos espejos en diferentes partes del planeta. Estos grandes espejos apuntaban a Marte y enviaban fogonazos de luz usando el código Morse. La idea era que los marcianos vieran los mensajes y que construyeran espejos similares para devolver los mensajes. Los preparativos para poner los espejos estaban muy adelantados, aunque el plan finalmente se paró. El motivo fue porque algunos científicos del momento dijeron que debido a la distancia los marcianos no podrían ver las luces.

Gafas para caballos

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Todo empezó en la consulta de un oculista en 1893, cuando un granjero entro para pedir unas gafas de caballo, ya que el suyo se estaba quedando ciego. El dueño de la óptica pensó que quizá era un negocio que había que explotar y que los caballos podían tener miopía como los humanos. Por tanto empezó a diseñar gafas para caballos. Probó varios modelos convencido que los caballos necesitaban gafas como cualquier persona. Finalmente el proyecto desapareció por sí solo.

Descargas eléctricas para recuperar la virilidad

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En la era victoriana daban mucha importancia a la masculinidad, y cualquier signo de falta de vitalidad sexual era un grave problema. Para combatir la impotencia, algunos científicos diseñaron una de las curas más ridículas que se recuerdan: un cinturón que continuamente lanzaba descargas eléctricas en los genitales de los pacientes. Eran tiempos donde la electricidad era bastante nueva, por lo que se le daban también poderes curativos.

Lo cierto es que esta terapia de choque contra la impotencia tuvo bastante éxito y llegó a aparecer en algunas revistas científicas. Sin embargo, a la larga no tuvo éxito ante el gran público ya que no todo el mundo estaba dispuesto a recibir descargas en sus órganos reproductores.

Plasmar la última imagen que han visto los muertos

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Para los que no lo sepan, la optografia es el método de analizar los globos oculares para reproducir la última imagen que ha visto un muerto reciente. ¿Suena a locura? Puede que sí, pero esto no detuvo a científicos victorianos de intentar sacar estas imágenes. En 1880 varios condenados a muerte fueron expuestos a un experimento. Se les pidió que miraran fijamente a ciertas cosas antes de ser ejecutados para así usar la optografia con ellos.

Una de las primeras pruebas se realizó con el reo Wilhelm Kuhne, el cual había sido ajusticiado en la guillotina. Se quería sacar la imagen de la cabeza al caer al cesto. Los experimentos siguientes fueron más elaborados. En algunos casos, se pedía a personas que estuvieran a punto de ser ahorcadas, que cerraran los ojos al ponerles la capucha y que los abrieran justo antes de caer al foso. Se hicieron muchos de estos experimentos, por lo que se hicieron muy populares. De hecho, muchos asesinos destruían los ojos de las víctimas por miedo a que les reconocieran.

Pruebas experimentales en primera persona

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La era victoriana fue cuando se empezó a desarrollar y aplicar la ética en la medicina. Hasta entonces había una barrera gris entre lo que se podía hacer y lo que no. Ya no se podía experimentar en mendigos o gente de bajo status social por unas pocas monedas. Esto significó que muchos científicos hicieron sus pruebas en la única gente disponible, que era ellos mismos. Algunos de los experimentos fueron de locos.

Fueron muchos los experimentos que hacían cuestionar la cordura de los investigadores. Por ejemplo, un cirujano alemán llamado August Bier estaba investigando tipos de anestesia espinal. En una de las pruebas, él y su ayudante se inyectaron en la columna vertebral cocaína líquida y ver si podían sentir dolor. Empezaron a “torturarse” mutuamente para descubrirlo. El ayudante le hizo un agujero en la parte trasera de Bier, dejando caer líquido espinal. August Bier por su lado apuñalo las piernas de su ayudante y le retorció los testículos. Ninguno de los dos sintió dolor, y lo celebraron luego con gran cantidad de vino y puros.

El hombre que comió de todo

William Buckland
William Buckland

Para terminar con estos extraños experimentos de la era victoriana, veremos algo parece sacado más de un episodio de “Jackass. William Buckland era un teólogo y geólogo que entre las muchas cosas que hizo, decidió hacer el experimento siguiente. Pensó que sería útil comer un poco de todo lo existente y recordar los sabores para futuras generaciones. En el nombre de la ciencia, comió y bebió cosas tan dispares como ratones, orina de murciélago, panteras e incluso un trozo del corazón preservado del rey Luís XIV. Dejó documentado cada uno de los sabores con detalle.

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