La imagen de “científico loco” la hemos podido ver a lo largo de la historia, aunque se haya hecho más presente en la literatura y el cine. El arquetipo de científico loco se hizo sobre todo popular desde que Mary Shelley escribiera su libro Frankenstein, donde un doctor quiere a toda costa crear la vida en un cuerpo muerto. Lo cierto es que este tipo de científicos han estado entre nosotros en mayor o menor medida, y muchos de los experimentos que consideramos incomprensibles, se han probado en la realidad. Algunos incluso sobrepasaban lo moralmente aceptable. Quizá por eso se les adjudicó el término científico loco. ¿Conoces alguno de estos científicos? Te damos una lista de los más populares, aunque puede que no te suenen todos.
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Robert Cornish y la reanimación
Cornish fue realmente un destacado estudiante, ya que se graduó en Berkeley a los 18 y recibió el doctorado cuatro años después. Considerado en su momento como un genio, decidió tomar un camino muy peculiar en sus investigaciones. Se obsesionó con una temática que atrapó su carrera hasta el final – la reanimación.
Sus logros en la universidad de Berkeley le permitía volver y dedicarse por entero a la investigación sin interrupciones. Tenía la teoría de que un cuerpo sin los órganos internos demasiado dañados, podía ser reanimado con una máquina que ayudada a restablecer la circulación sanguínea junto a ciertas dosis de anticoagulantes. La parte más extraña es que consiguió reanimar a dos perros en sus experimentos. Sus pruebas tuvieron tal impacto que hicieron una película a mitad de los años treinta basada en él.
Después de los experimentos con los perros, llegó el verdadero reto – reanimar a un ser humano. Por supuesto, el problema era encontrar a alguien para hacer la prueba. Durante años pidió a las autoridades que le dejaran algún preso que hubiera sido ejecutado recientemente. A finales de la década de los cuarenta encontró a alguien. Un asesino llamado Thomas McMonigle se interesó por los experimentos de Cornish y aceptó hacer de conejillo de indias. Sin embargo, hubo un problema que arruinó la prueba, y es que se necesitaba el cuerpo nada más morir. La ley decía que el preso tenía que estar varias horas en custodia después de la ejecución. El cuerpo no pudo ser reanimado.
Sea como sea, no debemos olvidar que sus experimentos eran realmente crueles con los animales que usaba. De hecho, la película que se hizo de el (con escenas reales de las reanimaciones) estaban totalmente manipuladas y hoy en día estarían prohibidas.
Alexander Bogdanov y la juventud eterna
Esta persona fue otro científico que dedicó toda su carrera a perseguir un objetivo – la juventud eterna. A diferencia de nuestro anterior científico, Bogdanov si consiguió varios éxitos en otras temáticas. Fue un gran escritor de ciencia ficción, y además tuvo un papel importante en la política del momento. Finalmente decidió dejar de lado su carrera política para dedicarse a sus estudios médicos. Se dedicó especialmente a la investigación de la sangre. Durante sus años de estudios, se convenció que las transfusiones de sangre podía hacer rejuvenecer el cuerpo humano. Según el, si se conseguía la clave de cómo hacerlo bien, se podría incluso conseguir la inmortalidad.
Hizo los experimentos usando su propio cuerpo, por lo cual tuvo que pasar por varias transfusiones de sangre. Fue escribiendo en sus notas los efectos que iba teniendo su cuerpo. Según dijo, estas transfusiones detuvieron su calvicie y mejoraron su vista. Pensó seriamente que estos experimentos le prolongaría la vida, pero por desgracia fue lo contrario. Bogdanov murió debido a que sin saberlo, se inoculó sangre de un enfermo de malaria.
Paracelsus – Un científico adelantado a su tiempo
En el siglo 16, este científico suizo – alemán hizo muchos avances en los campos de la medicina, la biología y la química. Fue uno de los primeros que pensó que ciertas sustancias tóxicas administradas en pequeñas dosis, podían ser beneficiosas para curar algunas enfermedades. Esto le causó ciertos problemas porque no coincidía con lo que se pensaba en aquella época. Aunque fue realmente un científico adelantado a su tiempo, también le gustaba jugar con lo oculto y la alquimia.
Cuatro años antes de su muerte, Paracelsus escribió un tratado llamado Rerum Naturae, el cual hablaba de algunos de sus experimentos de alquimia que había hecho a lo largo de los años. Uno de los más interesantes era la creación de un pequeño ser humano por medio de esta ciencia. Se hacía cogiendo esperma humana y dejando que se pudriera en estiércol de caballo durante un mes. Al cabo de este tiempo se vería una forma humana peros in cuerpo. Entonces había que alimentarlo con sangre humana a diario (manteniéndolo en el estiércol) y al cabo de varias semanas ya se tenía un pequeño ser humano. Por supuesto, desde flipada.com no confiamos mucho en este método de crear vida…
Wendell Johnson y su experimento
Wendell Johnson fue un psicólogo de la universidad de Iowa y se hizo popular a final de los años treinta por un único experimento. Pensaba que el tartamudeo era un comportamiento aprendido siendo un niño, basado en su propia experiencia. Por tanto, pensaba que se podía “desaprende” con las técnicas adecuadas. ¿En qué consistían estas técnicas? Eso era lo que quería descubrir. Lo que hicieron fue usar una veintena de huérfanos y los separaron en dos grupos. La mitad de cada grupo eran tartamudos, mientras que los otros podían hablar sin problemas.
En uno de los grupos se animaba a los miembros (tanto tartamudos como no) diciéndoles que su forma de hablar era muy buena. De esta manera querían ver si mejoraban gracias a esta forma de enfocarlo positivamente. En el otro grupo se hizo lo contrario. Se centraron en dar opiniones negativas y poco motivadoras, para ver como afectaba esto a su tartamudeo. El problema sobre todo lo tuvieron los que no eran tartamudos, ya que se quería ver si acabarían tartamudeando. Por desgracia fue lo que ocurrió, y algunos de los niños en el grupo “negativo” desarrollaron impedimentos en el habla. Finalmente este experimento se archivó ya que algunos colegas de Johnson pensaron que moralmente no era viable.
Robert Knox y la ciencia de la anatomía
En el siglo 19 Knox fue uno de los médicos más respetados de Inglaterra. Fue uno de los pioneros en anatomía comparativa y también un eminente profesor de anatomía. Con el tiempo, este médico se enfrentó al problema de que los cadáveres escaseaban. Lo que hizo fue aliarse con dos “empresarios” de dudosa reputación para que le proveyeran de cadáveres frescos. Así lo hicieron y durante bastante tiempo le entregaron al doctor muertos recientes al viejo estilo – matándolos primero. Finalmente estos dos criminales fueron detenidos, y se descubrió que mientras duró el trato con Robert Knox, mataron a 16 personas. Estos hechos siguen siendo recordados como uno de los más infames en el Reino Unido. Todas estas personas asesinadas fueron a parar a manos de Knox, aunque no hubo cargos contra el médico. En aquellos tiempos se sostenía el lema de “no hacer preguntas” de donde se recibían los cadáveres. Aun así, muchas sospechas cayeron sobre el médico ya que muchos pensaban que sabía cómo se le estaban suministrando los cuerpos. Esto le pasó factura a su reputación.
Andrew Ure y la galvanización
Hubo un tiempo donde los que fascinaba a los científicos era la galvanización. Ya se había visto que las cargas eléctricas se podían usar para estimular los músculos en animales, incluso si estaban muertos. Seguro que has visto el típico experimento de la electricidad aplicada a las patas de una rana. Solo era una cuestión de tiempo que se hiciera este mismo experimento en seres humanos. El nieto del inventor de la galvanización se hizo famoso al aplicar electricidad al cuerpo de un hombre ahorcado llamado George Foster, y hacer que se moviera. Sin embargo, fue un médico escocés llamado George Foster quién lo llevó un paso más allá.
Andrew Ure consiguió también el cuerpo de un hombre que había sido ejecutado. Sin embargo, este doctor pensaba que con la galvanización podía devolver la vida al ejecutado. Lo que hizo fue insertar varillas en diferentes partes del cuerpo muerto y aplicar fuertes corrientes eléctricas. Al tener aplicada electricidad al nervio supraorbital, el cadáver hizo contorsiones faciales que mostraron toda clase de expresiones. Algunos testigos del experimento salieron corriendo asustados, mientras que otros directamente se desmayaron.
Como ya nos podemos imaginar, el cadáver no volvió a la vida. Ure lo atribuyó a que el cuerpo no tenía suficiente sangre en el organismo lo cual impidió que el corazón volviera a latir.
Johann Conrad Dippel
Hemos comentado algunos científicos que buen podrían haber inspirado a la autora Mary Shelley para su obra Frankenstein. Sin embargo, Johann Conrad Dippel tiene el añadido de que realmente nació en el castillo de Frankenstein. Dippel fue un teólogo y médico, y siempre tuvo una relación complicada con la religión, cambiando sus creencias para ajustarlas a sus necesidades. De hecho, en más de una ocasión tuvo que defenderse de una furiosa multitud que le quería muerto por sus ideas, lo cual nos vuelve a recordar a Frankenstein.
Estuvo bastante metido en alquimia, aunque desarrolló sus conocimientos sobre todo en iatroquimica, que es la ciencia que combina la medicina con la química para el tratamiento de enfermedades. Los alquimistas indagaron mucho en esta ciencia para descubrir la fórmula absoluta que pudiera curar todos los males. Se sabe que creó un producto llamado el “aceite de Dippel” hecho de huesos de animal triturados. El médico decía que podía curar varias enfermedades.
La mala fama que tenía Dippel era porque mucha gente creía que experimentaba con cadáveres en su laboratorio, y que trataba de mover sus almas de cuerpo y devolverlos a la vida. Como se puede ver, tiene muchas similitudes con la obra de Mary Shelley.