Hoy contaremos la historia de Balto el perro Husky. Hoy en día gracias a los medios de comunicación y transporte la mayoría de los lugares están relativamente seguros. Si ocurre algo malo en un lugar remoto se puede avisar y en unas pocas horas habrá un equipo de rescate o un equipo médico para ayudar. Hace no tantos años la cosa era muy diferente. Dependiendo de la distancia y el lugar había poblaciones que quedaban totalmente aisladas durante meses. Estaban por su cuenta si algo les pasaba.
Uno de estos pueblos tan aislados era Nome, el cual se encontraba en Alaska. En esta zona de norte América las condiciones en invierno son muy duras. A principios de los años 20 los residentes de este pequeño pueblo se tuvieron que enfrentar a una epidemia que les puso a todos en peligro. Estaban aislados del mundo y necesitaban ayuda. Debido a la intensa nieve, el medio de transporte habitual eran trineos tirados por perros. Aquí empieza la leyenda de Balto el perro Husky.
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La detección de la enfermedad en el pueblo
Ya era enero y el pequeño pueblo Nome en Alaska estaba en medio de otro duro invierno. Estaban acostumbrados y preparados para esta época del año, pero no lo estaban para una epidemia. Ese mismo mes los médicos que había en el pueblo detectaron los primeros casos de difteria. Aunque solo eran algunos casos aislados, intentaron aislar la enfermedad lo mejor posible. Nadie quería que se propagara y menos en esa época del año tan aislados.
Sin embargo, la prevención no funcionó y en 1921 la infección había matado a 15 mil personas en la localidad de Nome. La difteria es una fuerte infección que afecta sobre todo a la nariz y garganta. Produce fiebre, erosiones en la piel y dificultad para respirar. Si no es tratada es mortal y a lo largo de la historia ha matado a mucha gente, sobre todo a poblaciones que quedaban aisladas y sin ayuda exterior. En Nome la epidemia ya estaba muy extendida y todo el pueblo corría peligro.
El único tratamiento disponible estaba en la ciudad de Anchorage, a 800 kilómetros de distancia. La antitoxina de la bacteria de la difteria estaba muy lejos y el invierno de Alaska hacía casi imposible llegar. Aun así, la alternativa era mucho peor ya que muchas personas estaban muriendo todos los días.
Los intentos para llegar a Anchorage
Aun con todas las dificultades había que hacer algo. Se decidió enviar a un equipo de voluntarios con trineos tirados por perros, la mayoría de la raza Husky. Finalmente comenzó el peligroso viaje en 1925 por el hostil territorio y lo llamaron “La Gran Carrera de la Misericordia”. El que encabezada la expedición de socorro era el guía “Wild Bill” Shannon. El problema era que siguiendo el camino tradicional para llegar a Anchorage se sumaban casi cien kilómetros a los 500 ya comentados.
Si se querían salvar vidas había que tomar otro camino que acortaba mucho el viaje. El problema era que era un camino mucho más peligroso y de gran riesgo. Las temperaturas eran de 50 grados bajo cero. Shannon consiguió llegar a la pequeña población de Nenana, la cual tenía un ferrocarril directo con Anchorage. Perdió a cuatro perro y su nariz se había ennegrecido por la congelación. Aun así, la suerte les sonrió ya que en Nenana tenían un suministro de suero contra la difteria.
Desde Nenana vía telégrafo se pidió más suero a Anchorage, el cual sería traído en tren. Mientras tanto, Shannon volvió a Nome con todo el suministro de suero que había conseguido. Por lo menos se podría ir administrando mientras llegaba más. Cuando más suero llego por tren a Nenana, fue otro guía llamado Leonard Seppala el encargado de llevar todo el cargamento de antitoxina a Nome.
El duro viaje de rescate para llegar a Nome
Cuando el suero contra la difteria llegó a Nenana, el invierno se había recrudecido aun más. Seppala había reunido a un grupo de los mejores perros Huskies traídos de Siberia. Eran los mejores perros para atravesar este tipo de terrenos inhóspitos. El perro que lideraba la manada era su fiel perro Togo, un Husky de 12 años con mucha experiencia. Cuando Seppala inició el viaje ya había unos fuertes vientos gélidos, lagos helados y un entorno casi imposible de atravesar.
Sin embargo, la cosa no fue muy bien cuando llegaron a la montaña de McKinley. Solo quedaban unos 90 kilómetros para el pueblo de Nome, pero la expedición de Seppala no podía continuar debido al agotamiento. La suerte es que se encontraron con otro guía llamado Gunnar Kaasen, aquí es donde empieza la historia de Balto el perro Husky. Kassen se ofreció voluntario para recorrer el último tramo y entregar el suero.
Balto el perro Husky y como salvó muchas vidas
Balto el perro Husky era el que encabezaba la manada con Kassen dirigiendo la expedición por las tierras heladas. De los más de 500 kilómetros de distancia, Kassen junto a su perro Balto y los demás canes hicieron los últimos 90 kilómetros. ¿Qué hay de heroico en eso? Lo que pasó es que en esos 90 kilómetros se encontraron en medio de una fuerte tormenta que casi los mata a todos. Las terribles ventiscas de Alaska son conocidas por paralizar y matar a muchos exploradores.
Kassen quedó semiinconsciente por el intenso frío y el cansancio. Lo normal hubiera sido que todos se hubieran parado en ese punto y posiblemente hubieran muerto. Sin embargo, Balto el perro Husky hizo algo extraordinario. Siguió avanzando obligando a los demás perros a seguirlo de camino al pueblo de Nome.
Cuando la gente de Nome vio Balto dirigiendo la expedición todo el mundo lo recibió como un gran héroe. Kassen estaba medio muerto y los perros estaban extenuados, pero Balto había conseguido que todos llegaran vivos a la población. El suero llegó a tiempo para salvar miles de vidas. Hoy en día se le sigue recordando como un héroe nacional, e incluso hay una estatua de Balto en el parque central de Manhattan. Balto murió en 1933 y su cuerpo fue preservado y se puede ver en el museo de historia de Cleveland, en Ohio.